Formado como escultor en madera, Emil Nolde tenía casi 30 años antes de realizar sus primeros cuadros. Los primeros cuadros se parecían a sus dibujos y grabados en madera: figuras grotescas con líneas atrevidas y fuertes contrastes. El estilo era nuevo e inspiró al naciente movimiento Die Brücke (El Puente), cuyos miembros invitaron a Nolde a unirse a ellos en 1906. Pero no fue hasta que el jardín se convirtió en su locus operandi, en 1915, cuando aprovechó su dominio de los contrastes de luminosidad para centrarse en el color como medio supremo de expresión. Más tarde, Nolde afirmó que "el color es la fuerza, la fuerza es la vida", y no podría haber caracterizado mejor por qué sus pinturas de flores revigorizan nuestra percepción del color.

Gran parte de la fuerza de la sensibilidad cromática dramática y wagneriana de Nolde es el efecto de la puesta en escena de los colores primarios, como los rojos profundos y los amarillos dorados de Sonnenblumen, Abend II, frente a una paleta sombría. El contraste resalta y profundiza la luminosidad de las flores, no sólo visualmente, sino también emocionalmente. En 1937, cuando el arte de Nolde fue rechazado, confiscado y profanado, sus cuadros desfilaron como "arte degenerado" por toda la Alemania nazi en galerías poco iluminadas. A pesar de ese trato, la condición de artista degenerado de Nolde dio a su arte más espacio para respirar porque aprovechó la oportunidad para producir más de 1.300 acuarelas, que él llamaba "cuadros sin pintar". Sin ser un novato en el manejo de la acuarela, su estilo de pintura de flujo libre se caracterizaba desde 1918 por sus lavados transparentes de gran carga. Sonnenblumen, Abend II, pintado en 1944, es un raro óleo de tiempos de guerra. En esta obra dio rienda suelta a su imaginación, y la utilización de técnicas de mojado sobre mojado realzó el dramatismo de cada pétalo.

La intensa preocupación de Nolde por el color y las flores, especialmente los girasoles, refleja su continua devoción por Van Gogh. Conoció a Van Gogh ya en 1899 y, durante los años veinte y principios de los treinta, visitó varias exposiciones de la obra del artista holandés. Ambos compartían un profundo amor por la naturaleza. La dedicación de Nolde a la expresión y al uso simbólico del color encontró su plenitud en el tema del girasol, y se convirtió en un símbolo personal para él, como lo fue para Van Gogh.